📖Versículo Clave:
“Porque no hay buen árbol que dé mal fruto, ni árbol malo que dé buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto...”
— Lucas 6:43-44 (RVR1960)
Reflexión:
Jesús, el Maestro de maestros, enseñaba a través de parábolas y comparaciones sencillas que la gente común podía entender. En este pasaje, compara a las personas con árboles, y hace una afirmación clara: la calidad del árbol se revela por el fruto que produce. Esta imagen, aunque simple, lleva un peso espiritual muy profundo.
En el contexto de este pasaje, Jesús está enseñando acerca del corazón humano. Él no solo nos dice que las acciones revelan lo que somos, sino que insiste en que nuestro fruto es la evidencia visible de lo que hay en lo más profundo de nuestro ser. Un árbol malo no puede esconder por mucho tiempo su naturaleza: tarde o temprano, sus frutos hablarán.
Del mismo modo, una vida alejada de Dios no puede producir los frutos del Espíritu. Si en nuestra vida predominan actitudes como la ira, la envidia, la impaciencia, la mentira o la falta de amor, es necesario detenernos y examinar nuestras raíces espirituales. ¿Estamos realmente conectados a Cristo? ¿Estamos permitiendo que Su Palabra nos transforme día a día?
Por otro lado, el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23) no es algo que nosotros podamos fabricar con esfuerzo humano. No es fruto de la carne ni de la voluntad, sino el resultado de una vida que permanece en comunión constante con Dios. Así como un árbol necesita estar bien sembrado, regado y expuesto a la luz para crecer y dar fruto, nuestra vida necesita estar arraigada en Cristo, nutrida por Su Palabra y fortalecida por el Espíritu Santo.
Jesús no está interesado en una religiosidad superficial. Él no quiere ramas verdes sin fruto, ni apariencias que ocultan sequedad interior. Lo que Él busca son vidas transformadas, corazones regenerados, y frutos visibles que glorifiquen al Padre (Juan 15:8).
Esta verdad también nos desafía en nuestra vida diaria:
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¿Qué dicen nuestros frutos a quienes nos rodean?
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¿Pueden otros ver en nosotros amor, gozo, paz, paciencia, benignidad…?
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¿Somos coherentes entre lo que creemos y lo que vivimos?
Los frutos no se dan de la noche a la mañana. Son el resultado de un proceso continuo. Por eso, no se trata de perfección, sino de rendición. Cada día debemos acercarnos a Dios, permitirle que pode lo que no sirve, y que fertilice nuestra alma con Su presencia.
Oración:
Padre celestial, gracias por enseñarme que mi vida debe reflejarte a Ti. Examina mi corazón y muéstrame las áreas donde no estoy dando buen fruto. Limpia lo que está seco, poda lo que no sirve, y hazme crecer en tu verdad. Enséñame a permanecer en Ti cada día, para que el fruto de mi vida glorifique Tu nombre y bendiga a quienes me rodean. En el nombre de Jesús, amén.
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