📖 Versículo clave:
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”
— Salmo 23:4 (RVR1960)
Reflexión
El sufrimiento es una realidad inevitable de la vida. Todos, en algún momento, pasamos por pérdidas, enfermedades, traiciones, angustias o temporadas oscuras. Y en esos momentos de dolor profundo, es natural que surja esta pregunta desde lo más hondo del corazón:
“¿Dónde está Dios cuando más lo necesito?”
Muchas veces, en el silencio de nuestras lágrimas, parece que Dios está ausente. Pero la verdad bíblica nos recuerda una y otra vez que Él nunca abandona a Sus hijos. Incluso cuando no lo sentimos, Dios está presente, obrando en lo invisible, consolando, fortaleciendo y guiándonos paso a paso.
Jesús mismo experimentó el sufrimiento más grande en la cruz, no solo físico, sino también espiritual, al cargar con el pecado del mundo. Él clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Esto nos muestra que Dios no está lejos del sufrimiento, sino que lo conoce profundamente y se solidariza con nuestro dolor.
A menudo, en medio del sufrimiento, es donde Dios más se revela, no con respuestas rápidas, sino con Su presencia fiel. A través de las lágrimas, muchos han conocido a un Dios que consuela, que da propósito al dolor y que transforma las heridas en testimonio.
Verdad clave
Dios no siempre elimina el dolor, pero siempre promete Su presencia en medio de él.
Aplicación práctica
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Recuerda sus promesas. Anota versículos que hablen del consuelo y la compañía de Dios (como Isaías 41:10 o Romanos 8:28) y léelos cada día.
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No camines solo. Habla con alguien de confianza. Dios también se manifiesta a través del cuerpo de Cristo: hermanos que oran, escuchan y acompañan.
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Ora aunque duela. A veces no tenemos fuerzas ni palabras. Solo decir “Señor, estoy aquí, ayúdame” puede ser el inicio de un proceso de sanidad.
Oración:
Señor, en medio de mi dolor te busco. A veces no entiendo lo que permites ni sé cómo seguir. Pero hoy decido confiar en que Tú estás conmigo, incluso si no te veo. Sé mi fuerza, mi refugio, mi paz. Sosténme con tu amor, y ayúdame a encontrar esperanza en medio de la tormenta. En el nombre de Jesús, amén.
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